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Los asombrosos disparates del Papa y la reacción musulmana


Lo que no consiguieron los 33 días de genocidio israelí en Líbano, o lo que no consigue la masacre norteamericana continuada en Irak, lo consiguió el Papa Benedicto XVI con un discurso con el que logró despertar nuevamente la «furia islámica» y la condena de millones de musulmanes en todo el mundo.
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El papa alemán Benedicto XVI
Gobiernos, organizaciones religiosas y ciudadanos musulmanes de todo el mundo han reaccionado al discurso pronunciado por Benedicto XVI en el que condenó la «irracionalidad» de «la difusión de la fe mediante la violencia» de la «yijad» (guerra santa) del islam.
El Papa citó un emperador cristiano del siglo XIV que afirmó que el profeta Mahoma había traído al mundo sólo cosas «malvadas e inhumanas».
En la India y Egipto hubo masivas manifestaciones de protesta. En Palestina, el primer ministro pidió que no ofenda su religión y el máximo clérigo shiíta en Líbano exigió una disculpa pública. En Turquía, en tanto, el líder del partido islámico sostuvo que Benedicto XVI esta al nivel de «Hitler y Mussolini».
La aclaración hecha por el portavoz vaticano, Federico Lombardi, quien afirmó que Benedicto XVI respeta el islam y busca el diálogo con las otras religiones y culturas, no dio resultado para frenar la avalancha de protestas.
En Alemania, el Papa denunció la guerra santa islámica y vinculó el islam con la tentación a la violencia. "Dios no se complace con la sangre, actuar contra la razón es contrario a la naturaleza de Dios. La fe es fruto del alma y no del cuerpo. Quien quiere llevar a alguno a la fe necesita hablar bien y razonar correctamente y no usar la violencia y la amenaza", afirmó.
Las reacciones más fuertes han salido de Pakistán, Egipto, Irán e Irak, y en este último destacados líderes suníes consideraron que las palabras del Pontífice "incitan al terrorismo" contra los musulmanes, ya que "dan a las tropas de EEUU un pretexto para seguir matando a los mahometanos".
Esta es la opinión de la Comisión de Ulemas Musulmanes (CUM), de los suníes iraquíes, que condenó hoy en un comunicado "la guerra de los cruzados del presidente de EEUU, George W. Bush, en Irak y Afganistán, en la que sus soldados matan a decenas de miles de musulmanes".
El primer ministro palestino, Ismail Haniya, del movimiento islamista Hamas, ha condenado el discurso de Benedicto XVI y ha instado al Papa a "dejar de atentar" contra el islam.
En Turquía, país que Benedicto XVI tenía previsto visitar el próximo mes de noviembre, el discurso ha originado duras críticas y protestas. El director del departamento turco de Asuntos Religiosos, Ali Bardakoglu, afirmó que las palabras del Papa "reflejan el odio que alberga en su corazón (...) Sus declaraciones están cargadas de rencor".
Para el ayatolá Ahmad Jatamí, uno de los destacados clérigos chiíes de Irán, la declaración del Papa "es una prueba de su ignorancia de la tolerante religión islámica".
El clérigo chií libanés Mohamad Husein Fadlalah, acusó a Benedicto XVI de sucumbir a la propaganda de los enemigos del Islám y le instó a disculparse personalmente y no a través de los canales del Vaticano.
En Egipto, las palabras del Papa fueron criticadas por numerosos oradores de mezquitas, incluida la de Al Azhar, la más prestigiosa del Islam suní, y en la que centenares de manifestantes pidieron la expulsión de los embajadores del Vaticano en los países islámicos.
El Gobierno de Pakistán, ambas Cámaras de su Parlamento y la Asamblea de la provincia de Frente Noroeste han condenado unánimemente las palabras de Benedicto XVI.
Desde la Mezquita Yama de Delhi, la más grande de la India, su clérigo principal, Shahi Imam, se preguntó públicamente que: "Si el Papa está tan en contra de la violencia ¿por qué se queda callado ante la violencia de Israel contra el Líbano y Palestina, ante los abusos de los detenidos de la prisión de Abu Ghraib (Irak) por parte de los estadounidenses o ante la violencia contra Afganistán?".(IAR Noticias)

Los asombrosos dislates del Papa

Por: Jaime Richart (Kaosenlared)
Estamos rodeados de necios al frente de las naves mate­riales y espirituales del mundo, que no dejan lugar a que se les responda de manera moderada. Ya nos gustaría tener motivos para la moderación en nuestras discrepancias ejer­ciendo la sana crítica...
Pues no. Ha de ser siempre furi­bunda. Por los hechos o declaraciones y por la pretenciosi­dad de los que los protagonizan. Porque por ser tan huma­nos como nosotros y no haber diferencias cualitativas entre la inteligencia no creativa de los que brillan por sus cargos y los que no comparecemos, se pone de manifiesto hasta qué punto debilidad y maldad, torpeza e imprudencia son comu­nes a todos los mortales sin distinción. Así es que, a mayor privilegio y mayor responsabilidad, para quienes no practi­camos la mitomanía ni estamos comprometidos con las tre­tas y trampas que funcionan en la sociedad occidental en favor de los brujos de la tribu, mayor condena, y no al revés, que es lo instituído en ella. Que el mundo está enloquecido ya lo sabíamos. Pero que de esa locura acabase también contagiado el papa es una prueba más de la virulencia de la misma...
Valga esta introducción para explicar el por qué de nuestra indignación con otro de los mentores de la civilización occi­dental. Hoy nada de lo que se dice y se mueve deja de tener una repercusión impredecible. De ahí que toda la prudencia sea poca...
Parece mentira que un papa, al final un hombre, que pasa en su círculo religioso y fuera de él por ser tan "inteligente" hasta el extremo de haber sido elegido pontífice por eso mismo (es un suponer), incurra en semejante desatino con su discurso urbe et orbe en Ratisbona. Un discurso que, en­vuelto en la anécdota, va contra el islamismo y su eventual violencia. Y parece mentira, que tenga que rectificar o re­tractarse y hacer aclaraciones luego, para perfilar sus dispa­rates y no empeorar la cosa, si es que cabe empeorarla más. Se ha comportado como cualquiera de los politicastros de tres al cuarto que inundan hoy el mundo con su neoconservadu­rismo pre­ñado de mendacidad y de provocación. ¿No cal­culó las conse­cuencias? Imposible...
¡A quién se le ocurre!, por descuido o por malicia, echar de esa manera leña al fuego todavía relativamente controlado, por si fueran pocos los motivos que el orbe islámico tiene para echar espumarajos por la boca contra la cristiandad, contra los cristianos que se arrogan "la verdad", contra los dirigentes que invocan al mismo Dios (o similar) del papa, y contra los contumaces invasores de pueblos islámicos o amenazados de invasión.
Creíamos, cristianos y no cristianos, que Ratzinger era un hombre "inteligente", y ahora resulta que descubrimos que es un patán, que tiene atrofiado el sentido y el pensamiento recto, y que carece de dotes para la diplomacia cuando más que nunca es necesaria en el mundo convulso que vivimos por culpa de las tensiones y ocupaciones territoriales gene­radas por los jefes de la horda estadounidense y británica que abanderan la causa cristiana, o la incluyen en sus pro­pósitos cuando quieren reforzar la justificación de sus bru­tales acciones y reacciones.
Arremete el papa contra el alma islámica, violada una y otra vez, cuando nadie desde esa cultura se había metido con ningún país occidental y sí tenido que soportar hege­monías, dominios y atrocidades por parte de éstos.
Sus manifestaciones en Ratisbona no pueden calificarse de "desafortunadas". Eso es para un líder ocasional, no para el jefe de una Iglesia. Son un atentado gravísimo co­ntra la ponderación, el buen juicio y la prudencia, virtud car­dinal; y una bofetada contra la justicia, humana y divina...
Eso, o es deliberado porque alguien le ha pagado la bou­tade. Eso, o ve una ocasión de que la cristiandad, que se está desmoronando estrepitosamente, pueda revitalizarse un poco a cuenta del jaleo promovido para recordar al mundo que sigue ahí y que al frente de ella está él.
Es una estruendosa falta de tacto, aparente, ya digo, o un exceso del mismo. Pues si hay en la historia un espíritu religioso que haya co­metido más barbarie, ése tiene su sede en Roma. ¿O es que Benedicto XVI no se da cuenta de que nadie puede ol­vidar cómo en nombre de su Dios arrasaron Europa y parte de Oriente las Cruzadas y luego tantas otras cruzadas con variadas formas, la Inquisición ni la bendición de los caño­nes nazis por Pío XI, ni tantas bendiciones sobre tantas otras persecuciones y empresas instigadas por sus prede­cesores en el solio pontificio en los cuatro continentes mientras sus escuderos comulgaban?
En el Islam, como en toda religión monoteísta o simple­mente teísta, hay facciones proclives a llevar demasiado le­jos sus firmes convicciones y al Dios destructor en su ban­dera. Pero si hay alguna religión y algún jefe de ella que se haya distinguido históricamente por incitar a la violencia, di­rectamente o con guante de terciopelo, ésa es la cristiana y ésos son los papas vaticanos.
Lo que tiene que hacer Ratzinger es callar para siempre. ¿O es que, como el emperador títere, ha calculado que en la dimensión espiritual también cabe la guerra preventiva? ¿Es que, como antes decía, ha revuelto de propósito el ga­llinero para recordar neciamente al mundo que la cristiandad moribunda no ha perecido todavía?
Otra cosa no nos cabe en la cabeza. Este enfurecimiento, por si tenían poco los fieles islamistas, no sólo está justifi­cado. Es que esas pala­bras indolentes pueden ser la espo­leta para que todo re­viente de una vez entre ambas cultu­ras. Mejor dicho, entre la cultura islamista y la civilización que patrocina estúpida­mente la cristiandad y a su cabeza Benedicto XVI, y los evangélicos y baptistas de la Rice y de Bush II.
Una de dos, o Ratzinger no ha leído el Corán (lo que no es posible) o cree, torpe él, que la exasperante y ya proverbial contradicción entre el evangelio y el comportamiento de los cristianos comunes y de los dirigentes cristianos comunes, es también común al islamismo.
Mire su viga en su propio ojo y deje de fisgar la paja en el ojo ajeno. Es lamentable que tenga que hacerle esta reco­mendación, que en todo caso cae por su propio peso, un occidental no fanatizado. Y tenga en cuenta su santidad, que además de los musulmanes ofendidos directamente, los que con sus ligerezas lo pasan mal y sufren vergüenza ajena son los propios cristianos de las catacumbas o de base a quienes sus santidades, se ve que por principios conciliares, nunca les hacen maldito caso.
En último término el papa, entre el atronador y tremendista Antiguo Testamento y el suavizador Nuevo aplacador, tendría hecha la cabeza un lío. Y no extraña. Pero desde luego, para los espíritus sencillos ese Dios que no se les cae a los papas nunca de la boca, nada tiene que ver ni con el logos, la razón, ni con el amor que tanto predican.

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